martes, 14 de enero de 2014

El lado oscuro

Todos tenemos una parte escondida a los ojos ajenos. Un resquicio íntimo y taimado que no queremos que nadie vea. Ya sea por timidez, miedo a ser juzgados o retorcida vanidad, apartamos nuestro pequeño espacio de la luz cegadora del conocimiento del otro. Para algunos, su lado oscuro es un “lo siento, no te he visto” que rezuma falsedad, un bombón de más a escondidas,  una mirada de celos, un “lo olvidé”  cuando fue totalmente a propósito. Otros, sin embargo, bajo una apariencia benévola ocultan un tirano, una hidra, un sádico vampiro que succiona todo lo que encuentra a su paso.
Todos tenemos nuestra parcela de locura. El vértigo es descubrir la de los otros.
Podemos convivir pacíficamente con nuestra locura, una vez que nos convencemos  de que luchar contra ella es un gasto de energía inútil. Lo que no quiere decir que no se revele de vez en cuando sin que nos alteremos lo más mínimo.  Sin embargo, se nos eriza el vello solo de pensar en el grado  y la naturaleza  de la locura de, digamos, cualquiera. En la historia del primer post, Diagnóstico, cuando ella descubría el hilillo de sangre que asomaba a la comisura de los labios de su pareja después de volver de caza, el terrorífico miedo es el que nace de que el otro no sea lo que nosotros creemos.
Nos  fascina, en la misma medida que nos asusta, el brillito del colmillo, la ceja levemente arqueada, la media sonrisa del escalofrío.
Horacio Quiroga tiene un magnífico recopilatorio de relatos titulado Cuentos de amor, de locura y de muerte. En uno de mis cajones, había un relato donde conviven los tres:

LA CAJA
Hay una caja en el alma donde se guardan todos los demonios, como en la de Pandora. Paul Beltrán sintió que la suya se había abierto de par en par  hacía no más de dos horas, cuando al volver  a ver a Isabelita Cela, confundida entre una multitud que salía de unos grandes almacenes, se le cayó a los pies algo más que la bolsa donde llevaba la caja del anillo.
Podía haber pasado en cualquier otro momento, podía incluso, no haber pasado nunca y así hubiera podido seguir adelante con su olvido, pero tuvo que ser precisamente la tarde en que por fin se decidió a cambiar de vida cuando su imagen se le paseó por delante, como a tres metros, sonriente y distraída como salida de un mundo feliz y sin preocupaciones.
Parecían no haber transcurrido  por ella los trece o catorce años que llevaba sin verla, desde cuando la dejó atada y amordazada después de asestarle sin querer el golpe que con más ganas jamás había dado en su vida y salir huyendo hasta aterrizar en este país. Del suyo apenas recordaba ni quería recordar nada.
Isabelita  lucía el mismo porte altivo, la misma nariz respingona de los que siempre andan como por encima de los demás, y sólo un par de arruguitas en la comisura de los labios delataban que ya no era tan niña. No había perdido la figura, ni la rotundidad de sus miembros alargados. A cualquiera que la hubiera contemplado, como ahora él, en la distancia, nada le hubiera hecho sospechar que una vez escapó de la muerte.
Isabelita Cela. Qué ironía. Ahora que ya había conseguido olvidarla, ahora que ya había llegado a un estado lo más parecido posible a la tranquilidad, resulta que se la cruza por la calle en su misma ciudad, y viva, sí señor, vi-vi-ta. 
            No iba a quedarle otro remedio que dejar sus planes para otro día. ¿Qué tal si por esas casualidades de la vida Isabelita y Beatriz coincidían en el gimnasio, o en las clases de pintura? Seguro que con la suerte que tenía Isabelita acababa contándole a la que iba a ser su mujer en confidencia la mala experiencia que tuvo hace tantos años. No iba a permitirlo. Esta vez, ya lo tenía decidido.

13 comentarios:

  1. Mila, no te curarás nunca, de esa imaginación desbordante y esas descripciones bisturí que te rasgan los esquemas y te los abren en canal. Eso espero, que no te cures nunca de estos "males" y sigas ofreciéndonos estas miradas breves y profundas. Besos.

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  2. Seguro que Isabelita lleva tras los pasos de Paul bastante tiempo. Y es sólo el principio de un plan perfectamente tramado para vengarse con creces. Veo que estás en tu periodo prodrómico. Saludos

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    1. Antonio, agradezco profundamente tu iniciativa feliz de retorcer el argumento. Posibilidad en la que yo no había pensado pero que tiene muy buena pinta.Para que luego digan que los psicólogos no sois claritos. Con respecto a tu diagnóstico he de decirte que no puedes imaginar lo bien que me siento sabiendo que tengo apoyo profesional, pero como comprenderás, he pedido una segunda opinión. Un beso. Gracias.

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    2. ¡Ah! Y gracias por el regalo Antonio. Colecciono palabras esdrújulas y esta no la conocía.

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  3. Isabelita...seguro que debajo de ese diminutivo inocente hay también un lado oscuro... Gracias por compartir tu terapia, es como si hubieras roto el hielo y ahora algunos queremos "terapiarnos". Nos vemos en la próxima sesión. Besos.

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    1. Gracias Mari Carmen. Sin datos no sé si sé quién eres, pero me congratulo igual de tus ganas de "terapiarte". Gracias por animarme a que haya próxima.

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  4. Ya sabes, Mila, que siempre me ha encantado tu "lado oscuro". Aun así, "La caja" me ha sorprendido. Es incluso más oscuro aun de lo que yo había visto en tus interioridades. Y por supuesto ME ENCANTA!! Por eso y por la facilidad que tienes en contar una historia tan completa en tan pocas líneas. No dejas de sorprenderme!

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    1. Pino ,
      Tú siempre has mirado mis oscuridades con la luz perfecta de tu cariño...no sé si fiarme. Cada vez me pones el listón de la sorpresa más alto. GRACIAS.

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  5. Ohhh!! Me ha estremecido La caja. Te pido permiso para hacer uso de ella en alguna de mis clases.

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    1. Gracias Carmen, concedido, por supuesto, para mi es un honor.

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  6. Mi diagnostico? Estás más sana que una pera, querida. Lo único que te pasa es que estás sobrada de lucidez, desbordas caletre y tu imaginación no se detiene.
    Sigue escribiendo porque nos encanta.

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    1. Uf! Menos mal, después de tu segunda opinión me quedo más tranquila. Quién no se quedaría,con lo que me has soltado, ahí, sin avisar. Gracias de corazón. Por cierto, refrendo que mi equipo de psicólogos es alucinante, tú también me has regalado una palabra (no sabéis cómo disfruto buscando en el diccionario). Esta vez no es una esdrújula, pero rebosa musicalidad y sonrisa, como tú.

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